"Porque a veces necesitamos remendar y otras, simplemente, encontrar ese botón que creiamos perdido"

viernes, 9 de julio de 2010

DOS MÁS DOS SON CINCO

Traza una línea recta e intenta seguirla sin vacilar. Toca el agua con la punta de los dedos y comprueba su frialdad. El empeño de hacer siempre lo correcto nos lleva inexorablemente a caer en el error. Dicen que, a veces, los árboles no dejan ver el bosque.
Uno se cansa de ser timón y timonel y, por momentos, desea ser velero y dejarse llevar. Y soplando un viento suave y cálido todo adquiere una dimensión diferente, sin embargo, es en el rugir de la tempestad donde hallas la paz.
Cerca descubres una isla de arena blanca y fina, unas aguas limpias y cristalinas. Tu reposo es sereno pero no eres capaz de conciliar el sueño. Si miras a lo lejos, tus ojos no apartan la mirada donde, entre brumas, emerge una montaña escarpada. Anhelas llegar a ella y coronar su cima mientras perlas de sudor bañan tu rostro y sientes la sangre fluir por tus venas.
Te empeñas. De unos burdos palos consigues la madera. Y te vas. Te vas porque has construido una balsa. No hay día ni noche, no percibes frío ni calor, no hay lugar para el hambre ni la sed. Infatigable en tus ansias, implacable en las certezas.
Tus pies tocan el suelo duro y pedregoso que te va llagando poco a poco la piel. Ves flores hermosas cubiertas sólo por espinas. Nadie ha pisado jamás el sendero, nadie ha visto los arroyos que ahora guían tu ascenso. Te preguntas por qué. No has podido luchar contra su llamada silenciosa. En mitad de la nada te sientas a esperar. Vendrá.
Lo salvaje sabrá volverse manso y lo manso rugirá.