"Porque a veces necesitamos remendar y otras, simplemente, encontrar ese botón que creiamos perdido"

lunes, 18 de enero de 2010

AQUELLOS QUE NUBLAN EL SOL

Desde niña, siempre observé, la existencia de dos clases de personas: las que con su sola presencia son capaces de llenar una estancia y, aquellas que, a su paso, van nublando el sol.
Al hacerme mayor vi que, si a una estrella la tapas con un manto negro deja de brillar, que el ruiseñor en una jaula ya no canta igual y que si la luz no brilla en tus ojos es imposible que la puedas reflejar en los demás.
Me resulta difícil comprender por qué, quién teniendo una vida fácil, se empeña en no ver más allá de la punta de su nariz, de protestar por la más ínfima nimiedad, sin ser capaz de poner un remedio a su enfermedad. Resulta digno de compasión estar tan lleno de egoísmo y tan vacío de contenido.
Siempre es más sencillo tomar el papel de víctima que de verdugo y, sin embargo, es el verdugo el que tiene el poder de decisión. Al fin y al cabo, la vida termina posicionando a cada uno donde se merece y obligándole a llevar la carga de su decisión. No se puede envidiar lo que no se es capaz de luchar, no se permite querer lo que no se sabe mantener, no se debe ensuciar para parecer más puro.
Sé que soy estrella brillante, sé que soy ruiseñor sin jaula, sé que la chispa de mis ojos siempre estará encendida. Porque sobra la luz para aquellos que no la quieren ver.

EL AVE FÉNIX

Cuenta la mitología que, el fénix, es un ave que cada 500 años se prende fuego a si misma para después renacer de sus cenizas aún más fabulosa que cuando expiró. Simboliza la esperanza, lo inmortal de este sentimiento, porque sin él los hombres no serían capaces de sobrevivir a su día a día.
El fénix siempre sabe cuando ha llegado su hora y tiene la maravillosa capacidad, a sabiendas de ello, de ponerle el punto final para renacer asi en todo su esplendor, renovada y purificada, con más fuerzas que nunca.
Siempre he creido tener una gran similitud con esta figura mitológica por el empeño continuo de renacer una y otra vez de todos mis errores, de todas mis limitaciones, mis torpezas y mis fracasos. Salir de nuevo al mundo convertida en alguién mejor, más sabia, más serena. Morir para nacer. Caer para levantarse. Llorar para reir después. Sangrar para conocer el color de la sangre.
Es doloroso ser fénix porque implica un acto de contricción para con nosotros mismos, una reflexión acerca de toda una existencia y, sobre todo, el reconocimiento de un final. Sin embargo, al involucionar sobre nosotros mismos, al asumir ese proceso de arder con el fuego, asumimos también el dolor y comprendemos que, éste, también es necesario para poder avanzar.
Y aqui me encuentro a punto de arder en llamas, de desaparecer mientras las lenguas de fuego suben por mis piernas, abrasándome, despojándome de todo y otorgándome la visión de ese nuevo horizonte que, ya renacida, se abrirá ante mi y sabré caminarlo con la fuerza, la alegría y el tesón de quién acaba de volver a la vida.
GRACIAS FÉNIX